(Liliana Tolchinsky.
Universidad de Barcelona)
Cuando redactamos un texto no comenzamos directamente,
ni continuamos hasta el final componiendo página tras página sin retrocesos ni
interrupciones. Redactar no es tarea sencilla; aunque, para nuestro consuelo,
se facilita con la práctica, sobre todo si tenemos claro a quién, para qué,
sobre qué y cómo escribimos. Comencemos por el final: el proceso de producción.
Para redactar se realizan tres actividades: planificar, traducir ideas a palabras y revisar.
Al planificar anticipamos lo que escribiremos; al traducir ponemos en palabras
aquello que queremos decir, y al revisar repasamos lo escrito para verificar si
efectivamente convertimos en palabras lo que queríamos decir, tanto en
contenido como en forma. Es muy importante resaltar que estas actividades no
son ni sucesivas ni separadas, sino recursivas y simultáneas.
En general, cuanto más
se escribe, más fácil resulta escribir. Cuanta más práctica se tiene, mayor
recursividad y simultaneidad se da en las actividades.
Los escritores expertos planifican mientras escriben,
traducen en palabras párrafos enteros mientras planifican, revisan mientras
traducen y tienen claro que escribir es reescribir. No
quedan prendados de sus propias expresiones, sino que cambian, alteran,
modifican, prueban distintas alternativas y eliminan.
Los escritores noveles se centran en el contenido. Se
preocupan, sobre todo, de poner en el texto lo que saben o lo que van
recordando sobre el tema o acontecimiento, tal como va apareciendo en la
memoria a largo plazo. Casi todo su tiempo lo invierten en la traducción; muy
poco en la planificación y la revisión. En cambio, los escritores más avezados
trabajan tanto con los aspectos de contenido como con las cuestiones retóricas.
No solo se detienen en «qué decir» sino en «cómo decirlo». Alteran el orden en
el que presentan las ideas si no les parece claro, cambian una expresión si no
les parece que está bien construida, quitan o agregan detalles según van
revisando el texto. En general, dedican más tiempo a la planificación y a la
revisión. Esta manera de redactar lleva a una transformación del conocimiento
en la mente del escritor: entiende mejor y de otra manera lo que ha ido
redactando como resultado de haberlo redactado. En la redacción del experto,
los dos tipos de problema (de contenido y retóricos) están interactuando
continuamente, por lo que adopta una postura crítica que le permite ir
reformulando ideas y texto, lo que genera una transformación del conocimiento.
En el escritor avezado y maduro se agudiza la
sensibilidad a uno de los componentes del espacio retórico: la audiencia. Así,
los escritores cognitivamente maduros y con mucha práctica son capaces de
anticipar las diferentes interpretaciones de su texto e ir aclarándolas o
rebatiéndolas para alcanzar una comprensión más amplia de su escrito.
Además, es fundamental conocer las prácticas
discursivas de la comunidad específica a la que pertenece la audiencia para
poder leer el texto como otro miembro de dicha comunidad, para anticipar las
posibles críticas y revisar el texto en profundidad.