I
Ese lunes iniciaba la época de lluvias, el cielo estaba particularmente gris,
las gotas resbalaban por las ventanas del salón de clase y hacía frío.
Verbalizar a la audiencia la primera frase del cuento bastó para introducirme
en el personaje. Se trataba de una edición en formato tabloide, papel glasé, ilustrada
que contenía "El gato negro". Había un sabor extraño, una noción de
idea prohibida –como como quien corre directo hacia el infierno– en esta locura
de empezar el lunes de la semana dedicada al libro leyendo a un maldito.
Al terminar de
leerlo se hizo silencio. Yo admiro ese particular silencio que nos deja una
lectura una vez que nos complace o nos confronta. Un estudiante levantó la mano
para manifestar que nunca había leído un cuento de horror. Otro intervino para
hacer afirmaciones en torno al relato.
Pero la
pregunta de uno determinó el curso de la clase:
¿Por qué leemos
a un asesino que mata a sus mascotas y a su esposa? ¿Está eso bien?
Yo había tenido
la precaución de leer la biografía del autor en la que se señalaba:
"pertenece al romanticismo".
II
Desde la Edad
Media hasta el Renacimiento, la humanidad no pudo mirar más allá de la
interpretación católica de la vida y del mundo, estamos hablando de poco más de
500 años en que se mantuvo un veto a la racionalidad. Dicho con palabras de uno
de mis alumnos: la única luz era la de los vitrales de las iglesias.
Pero el
romanticismo rompió esas ventanas y la gente comenzó a escapar de los fríos
muros del pensamiento escolástico para ir directo al bosque a plena luz del
día. Lo importante del romanticismo es el giro drástico, la revolución
implicada: dejar de mirar a Dios para mirar al hombre.
La
proliferación de los discursos liberó siglos de represión sostenida, el hombre
comenzó a verse claramente y esto derivó en una mirada más auténtica sobre la
naturaleza interior del hombre.
¿Será por eso
que la esposa del protagonista -con la cabeza del gato-. emerge del fondo de
los muros, irradiando un horrendo brillo desde el ojo felino? Preguntó un
estudiante, uno que no había hablado.
Librándome del
error de imponer solo una interpretación sobre el texto analizado, seguro de
que la mayoría de las preguntas son respuestas -hecho por el cual evito como profesor
hacerlas-, y contra la pésima costumbre del sistema educativo de tener una
explicación lista todo, guardé silencio.
III
El horror es un
pedagogo de la sociedad, un fenómeno que organiza y transmite de sabiduría. Así
lo vivió Occidente en concreto a partir del pensamiento helénico. El hombre
griego asistía al teatro a horrorizarse con la trama, comprendiendo el peligro
que aguarda el irrespeto al designio de los dioses. A partir de esta idea es
que el horror empieza a conformar los límites de lo prohibido.
El horror,
entendido como límite de lo prohibido es de suma importancia en la construcción
de ciudadaníaS (enfatizo el plural, porque apelo a la pluralidad como un
principio insoslayable de una sociedad que participa de multiplicidad de puntos
de vista).
Con el tiempo,
el desarrollo del pensamiento a partir del psicoanálisis le dio, a través de
Freud, una condición atrevida e importante al proponer que "El horror se
manifiesta en lo familiar" (heimlich/unheimlich).
Lastimosamente,
los medios de comunicación son actualmente los principales proveedores de
narrativas que no se prescriben a la ética, sino a los intereses de un pequeño
grupo encargado de construir verdades que favorecen el sostenimiento de su
status quo. En nuestra época el miedo se reduce a ser víctima de una pandemia,
objeto de un ataque terrorista y al abuso de sacerdotes pedófilos, lo que está
de fondo es un catálogo de intereses que van desde las trasnacionales de la
farmacéutica, pasando por la concepción -caduca a mi juicio- de la idea de un
Estado poderoso destinado a brindarnos protección (ese Leviathán sobre el que
escribió Hobbes), hasta una campaña contra la Iglesia católica para el
favorecimiento de un sector empresarial sumamente poderoso que se aglutina bajo
el evangelio como un elemento cohesor, lo que asegura su lugar dentro del
privilegio y el poder.
IV
Pienso en un
currículo de enseñanza de la literatura para jóvenes que restituya la
importancia ética que tiene el horror a través de sus diversas expresiones
estéticas. He visto el gusto compartido en aula mediante la lectura de
"Carta al padre" de Franz Kafka, porque en el seno familiar la sombra
autoritaria del padre sigue arreciando a través de la aparente sutileza.
Pienso en
textos de Charles Bukowski, ese maldito de la literatura cercano a nuestra
época que criticó al sistema y que trazó líneas llenas de ternura en medio de
la locura y la transgresión
Pienso en
E.T.A. Hoffman con su "Hombre de arena", en la maldad del Dr.
Frankenstein y en la ternura de su monstruo, pienso en los versos proscritos de
José Antonio Ramos Sucre, en la importancia de leer la locura, el crimen y la
muerte, para aceptar que lo humano sigue aun en proceso de humanizarse.
Pienso que
gracias a los horrores es que valoramos la paz y la vida, y que esta razón
basta para que nos acerquemos, con la debida responsabilidad, al horror.
Leonardo
Bustamante
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