lunes, 15 de abril de 2019

Dios entre líneas

Escribo estas notas un día lunes de Semana Santa, a intervalos entre rememoraciones de las que extraigo mi propia experiencia de juventud sedienta recorriendo monasterios y casas de oración, con una Biblia que tiene una cubierta de cuero con cierre, hecho que la protegió de las inclemencias de mi adolescencia transhumante. Ha sido difícil para mí -al igual que para muchos- hallar un lugar en el mundo, pero en mi caso particular este conflicto acabó por convencerme de que mi existencia, si es en verdad inagotable, no pertenece a este mundo, ya que la lógica de la vida está signada por lo imperdurable: cuanto vive sobre la tierra, aún cuando tenga un lugar, está convocado a desaparecer. Por otro lado siempre he mantenido la confianza de que acaso en el cielo de Swedenborg que conocí a través de los laberintos borgianos, sí pueda haber un lugar con mi nombre, razón por la cual me hago bajo la luz de la racionalidad. La vida puede ser un péndulo que gravita entre la razón y la intuición.  
Debo reconocer que existe un tipo de lectura que no se apega a los procesos cognitivos inherentes al acto de leer, sino que sigue otro curso, porque no se efectúa a través de la vertiente de la racionalidad, una lectura que sosiega la mente y relaja el cuerpo, suscitando un silencio comparable a la experiencia de la nada. Esta lectura tiene el poder de trasladarte al Paraíso de los místicos Medioevales. San Juan de La Cruz describía el Reino como una infinita planicie oscura, en su poema teológico canta:

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dibujo / "Subida a Monte Carmelo",
otro poema de Juan de la Cruz

"Oh! noche oscura
con ansias 
en amores inflamada
oh! dichosa ventura
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada"






El signo que caracteriza definitivamente a esta lectura es el de la oscuridad, precisamente porque en su realización anula la luminosidad de la razón y se trata de un tipo de lectura antiquísima que tiene el propósito de conectar al alma con el Creador. Pese a su antigüedad y su extendida presencia en millones de lectores cristianos, ha sido desconsiderada por la racionalidad de Occidente. 

Durante la Edad Media, época en la que prevalecía el pensamiento escolástico, el cual determinaba la estructura de los textos a modo de argumento y refutación, se mantuvo una manera de encontrar a Dios entre líneas a través de la "Lectio Divina". De hecho, hasta el día de hoy su particularidad es tan manifiesta que los conversos, toda vez que tienen el libro sagrado -la Biblia, compilación de 66 libros que organiza temporalmente la historia de la salvación en dos colecciones: veterotestamentarios (del Génesis hasta los Salmos, dependiendo de criterios editoriales) y neotestamentarios (del Evangelio de Lucas, hasta el Apocalipsis)-, practican un modo de lectura que revela a Dios entre las líneas. Básicamente se resume en los siguientes pasos: 

(1) Busque un lugar tranquilo, "cierre la puerta"
(2) Dispóngase a tener un encuentro con Dios
(3) Pida al Creador que se revele a través de la lectura
(4) Lea despacio, identificando versículos que puedan estar dirigidos para usted
(6) Recítelos, permitiendo que la Palabra llegue a su corazón
(7) En un momento de silencio, medite qué le pide Dios
(8) Haga una acción de gracias por los dones recibidos

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José, interpretando los sueños
del panadero y el copero del faraón
Creo haber encontrado a Dios entre algunas de las lineas del texto que sostiene la historia de José, el hijo de Jacob (Gen, 37), y debo decir que mi Lectio Divina transitó por las líneas del texto a oscuras, atravesando el umbral de un irracional Paraíso, consciente de que la historiografía egipcia no menciona a ningún José dentro de su catálogo de faraones y sin poder siquiera colgarme de la creencia según la cual el relato se trata de una ficción, ese complejo convenio que permite a los lectores transitar por la vertiente de los géneros literarios. Lo que creí que Dios dirigía para mí tenía que ver con frases en las que se mencionaba la capacidad de este hijo de Jacob, vendido por sus hermanos como esclavo a los egipcios, para interpretar los sueños, un Don de Dios que lo llevó a servir al Palacio del Faraón, salvando al pueblo de la hambruna. 

Claro que los caminos de Dios son insondables, y mi vocación de pitoniso de los sueños no pasó de una colección de libretas en las que desde hace tiempo escribo mis sueños y los interpreto, al calor del primer café de la mañana. Es un texto de estructura convenida en el que escribo una minuta de lo soñado la noche anterior; junto a esta redacto otro texto acaso más breve e interpretativo y cierro mi primera escritura matutina con un texto de agradecimiento.

Ciertamente existen versículos concretos que definitivamente Dios ha inspirado para mí, pero como en toda relación de intimidad uno debe reservarse el derecho de admisión, considero políticamente incorrecto publicitar cuanto ocurre "de puertas hacia adentro", me limito entonces, responsablemente, a comentar uno de estos. Se trata de un versículo del conocido salmo 23 que cito: "Tú preparas una mesa frente a mí para mis adversarios" (Sal. 23, 5). Todavía recuerdo la forma de esta intimidad, mi perplejidad que pasaba del estremecimiento ascendiendo al estupor de contemplar semejante poder capaz de sentar a mis enemigos en mi propia mesa, ni qué decir de los propósitos de tal acto.

Todavía hoy pregunto cuando mi casa está -como canta Juan de la Cruz- sosegada: "-Creador: ¿acaso pones a prueba mi limitada capacidad de perdonar, sentando a mis adversarios en mi mesa?". La respuesta emerge de un ombligo cósmico y no es otra cosa que silencio. Yo creo tener la respuesta, mi respuesta es Él, porque a través de su Palabra puedo tenerle, y me sereno ante la idea de que mi alma va -como se camina por la vida- a oscuras y segura.


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