En la poesía de Freddy
Araque se amansa un lobo. No obstante su aullido se transubstancia; es decir, transforma
su materia por intervención divina en cantos de la infancia. Y es que el blues,
el góspel y el son cubano, combinados con textos de la sabiduría oriental,
rumiados con la seriedad de un hombre que decidió creer que existe algo más que
carne, efluvio y osamenta, un enviado hacia los senderos con un morral repleto
de cuentos infantiles y lírica universal para la lectura solidaria junto a comunidades
de lectores tachirenses, han domeñado la rudeza de lobo juglar, devolviéndole la
edénica inocencia.
Con ferocidad de lobo
Te robo un beso de tus labios
Como a caperucita te rapto
Y tacto a tacto
Me amanso a tu piel
Similar al temible
lobo sosegado por la bendición de Francisco de Asís, ese hereje infiltrado en
la tiranía católica medioeval que rasgó el obscuro velo con su luminosa verdad:
“En la naturaleza habita Dios”. Pero conviene advertir que cuando la naturaleza
se asume divina los dictámenes de la pasión acaban legitimándose, por lo que se
diluye la distancia entre lo profano y lo sagrado. De esto último es consciente
la poesía de Freddy.
Ay mi muñeca perdóname
Simplemente soy el kamikaze
Conduciendo este corazón
Georges Bataille,
en el libro La literatura y el mal,
explica el desarrollo de un complejo psíquico de restitución a la infancia como
consecuencia de la entrega absoluta al oficio literario. Algo semejante ocurre
en la poesía de Araque. Su canto se despliega como un rasgo constante de la voz
lírica que palpita entre imaginarios infantiles y anhelos de adolescente, el
texto precisa asirse a otros textos para conformar un lenguaje, entonces acude
al uso de una complejas intertextualidades profano-sagradas, como la de un lobo
que se amansa bajo el beso de Caperucita Roja, la de Lovespierre (neologismo
derivado del personaje Robespierre) que, guillotina en mano, hace que ante su
encanto las amantes pierdan la cabeza o aquella en que la interpretación de los
sueños de una oruga se resuelve mediante el budismo taoísta a partir del conocido
dilema de Chuang-Tzú en el que la identidad
de la mariposa se trastoca por la gracia de la ensoñación.
Pero la imagen
más poderosa e insoslayable es la de la abuela-semilla (la nona Jovita) que entre
la resistencia y la negociación se abre paso para descubrir el mundo, eso sí,
sin perder la raíz, o sea, sus costumbres populares que son una marca perenne
de nuestra identidad:
Sorda a Eddie
Cochran
Elvis Presley y Fats Domino
Maliciando de adeptos al evangelio de John Mayall
E imitadores de Alan Freed
Tampoco aquellos días de radio
A nona Jovita iniciaron
En el hard-acid-prog-heavy metal y tanto retoño del rock
Como al aventajado Vytas Brenner
Por lo anterior,
la infancia (que deriva en una adolescencia lúdica, proclive a la
exploración) y el paraíso (como conjunción de lo profano con lo sagrado) se
proyectan hacia un horizonte en el que el sujeto lírico se abre a vivenciar el
mundo, con una memoria activa que observa constantemente sus raíces, pero que asimila
con decoro las nuevas manifestaciones del siglo, como un árbol injertado de
todas las voces del mundo que conserva intacto el tronco de su propia identidad.
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