miércoles, 3 de octubre de 2018

¿Escribir y evaluar un cuento de horror?


Shiranui Kitanroku (s/f)
El siguiente artículo, aunque se intitula a modo de interrogante, no pretende saciar la sed de dudas sobre cuestiones tan antiguas de la humanidad, y abordadas desde diversas disciplinas del pensamiento, me refiero al género del cuento y al sentimiento psíquico del horror. Procura más bien contar una experiencia en la que bordeamos la posibilidad de valorar la calidad de un escrito de horror producido bajo el umbral del siglo XXI, como lectores críticos y escritores cooperativos que hacemos vida en una ciudad andina de un país latinoamericano.

En efecto, la aventura de haber iniciado un taller de estudio y producción de narrativas del miedo bajo la tipología ficcional del cuento ha representado un interesante y agotador reto de escritura, considerando que el tema del horror constituye un género altamente explotado por la industria cinematográfica y el mercado editorial. La lógica del mercado ha sabido recurrir a la compleja emoción del miedo, fijando simbólicas, modos, estándares; de manera que desde un punto de vista práctico, al producir un cuento de horror uno teme reincidir en temas y maneras previamente utilizadas, eso que coloquialmente llamamos "refrito". El  género del horror adolece de originalidad. 

Dichas preocupaciones manifiestas a lo largo de nuestra tarea de escribir un cuento del género obligó la incorporación de amplias miradas a partir de la teoría del horror durante el taller, comenzando por lo históricamente inmediato y cercano: el terror en las sociedades avanzadas, concretamente el modo el el cual los medios de información y televisivos generan miedo en el mundo de hoy. Desde una mirada panorámica, retrogradamos en el tiempo desde la Modernidad y en dirección al Renacimiento, la Edad Media, hasta tocar el horror cósmico, ligado a los albores del universo, tal como lo palpaba Lovecraft en sus noches tejiendo monstruos míticos, genealógicos, originarios. Ciertamente, es el Medioevo un poderoso generador de imaginarios extendidos hacia la Novela Negra o Gótica, que fueron desparramando hacia las urbes contemporáneas a vampiros, súcubos e íncubos, brujas, hechiceros, zombies y un alfabeto de demonios imaginados desde la escolástica. 

Ilustración de John Kenn Mortensen (1978)
 A través del intercambio solidario de opiniones como método de construcción de verdades, progresívamente identificamos un quiebre en las narrativas del miedo que parte en dos la historia del horror. Este quiebre se caracteriza por la persistencia de un discurso muy actual y sugerente según el cual se advierte que el horror del hombre contemporáneo yace dentro de sí mismo; dicho en un código más filosófico: el horror es una experiencia que acontece en el fondo del sí mismo bajo identidades ambiguas que procuran sobrevivir en medio de una sociedad vertiginosa, líquida; virtual, si se quiere. Pareciera que en la medida en que el mundo contemporáneo se fue haciendo más laico y escéptico, fue borrando la representación del horror como un monstruo externo, para introducirlo dentro de la existencia cotidiana de los hombres, mucho más cercano a nosotros mismos y a lo que somos. Ya no nos horroriza la personificación de satanás; por el contrario, nos atemoriza aquello que podemos resultar usted y yo bajo el signo de lo onírico, la locura, la peste, el desasosiego, la incertidumbre. El horror en la actualidad tiene como epicentro a la vida íntima y cotidiana de cada ser, y se desencadena a través del crimen, la violación, el abandono, la locura, la desesperación, la melancolía, el insomnio, el sueño, el duelo, el terrorismo, la endemia, el desastre natural, el calentamiento global, la enfermedad de transmisión sexual, el abuso de poder, los actos de pedofilia debajo de las sotanas, el totalitarismo de Estado y la homofobia.



 Hemos creído que el cuento "Casa Tomada" de Julio Cortázar constituye una ruta que explica el itinerario del miedo en el hombre de hoy: la presencia de invasores dentro de nuestra casa como indicativo del horror dentro de la propia intimidad, la imposibilidad afectiva de dos hermanos cuya relación sugiere lo incestuoso, el corte del hilo de tejer como un signo temerario -ruptura del cordón umbilical- que acuchilla la identidad del pasado constitutivo y el resultado de una existencia como constante de perplejidad y desconocimiento, o la paradoja en la que el hermano decide tirar la llave al huir de su propia casa: "no vaya a ser que a algún pobre diablo se le antoje entrar", ni qué decir del reloj en la mano de la hermana como otro horror del hombre contemporáneo: me refiero al tiempo que nos consume, día a día.

 Un aspecto que merece atención tiene que ver con el fin axiológico que persigue el taller de estudio y producción de mecánicas ficcionales: democratizar la escritura, animando a cada ciudadano que se acerca a que describa su mundo a través de la revisión crítica de las tipologías narrativas. Esto constituye un problema didáctico e impone que se realice de parte del promotor una intervención psico-emocional que restituya la autoestima, porque el sistema de dominación cultural quiere convencernos de que para escribir necesitas cualidades suprahumanas que van más allá de la genialidad. El cinismo es tal que se nos pretende convencer de que escribir requiere la constitución de una personalidad asocial, exigua, esquizoide, incluso. Nunca antes en la historia humana se vio el oficio de escribir literatura tan signado por lo patológico. Y yo, nunca antes reí tanto ante anécdotas como la del mágico-religioso encuentro de Allen Gingsberg con Ezra Pound: confieso que de haber estado allí, hubiera estallado en risotadas antes que en adulaciones frente a la contemplación de semejante conducta de estos dos grandes cuya escritura admiro, valga acotar.

 Pero al margen del pintoresquismo con el que la sociedad actual juzga el oficio de los ficcionadores, la teoría pedagógica de la escritura está demostrando que el acto de escribir no solo deriva de la genialidad o el deslumbramiento, sino de la técnica: en general, los buenos escritores invierten mayor tiempo planificando y corrigiendo sus escritos que produciéndolos, explica la investigadora Liliana Tolchinsky. En efecto, si escribir eficazmente requiere el acercamiento crítico a la tipología textual sobre la que se trabaja, así como de la aplicación de técnicas de planeación, producción y corrección del texto (recursividad), entonces sí es posible valorar la calidad de una producción escrita. 

Siguiendo el Manual para la elaboración de rúbricas (disponible en: https://drive.google.com/open?id=1flClix9NEbNj9rCgj0SdhuDL-9V7Nuz3) y mediante la discusión en torno a la naturaleza, cualidades y manifestaciones de la cuentística del horror a partir de la lectura de textos tanto literarios ("Casa tomada" de Cortázar, "La noche de los gatos" de Segundo Medina, "El hombre de arena" de E.T.A. Hoffmann, "El horror de Dunwich" de Lovecraft y otros)  como de textos teóricos, produjimos un instrumento que permitirá evaluar cooperativamente los cuentos escritos -que para el momento se encuentran en fase de co-edición-.

La siguiente es una rúbrica para la valoración de un cuento de horror:

Descargable en formato .doc en 
https://drive.google.com/open?id=1qxeQtw408gm5x8gu6R7KDeimw-Cw6cSc)

Se trata de un instrumento que desafía la naturaleza impositiva que caracteriza a los baremos de evaluación escolar precísamente porque brinda la oportunidad de que el docente junto a los estudiantes construya los indicadores sobre los cuales estos serán evaluados, como acto democratiza, responsabiliza y hace que los aprendices se erijan como protagonistas de su propio proceso de aprendizaje. La rúbrica nos acerca a la idea de que efectivamente podemos aprender juntos y valorarnos más allá de la concepción del maestro.

La rúbrica para evaluar un cuento de horror condensa concepciones sobre el género del cuento según los escritores Ricardo Piglia (a través de su ensayo "Formas breves) y Horacio Quiroga (En el "Decálogo del perfecto cuentista"), los investigadores venezolanos José A. Pulido (en su artículo: "El horror como motivo en la literatura Latinoamericana y del Caribe") y Reina Caldera (en "modelo de planeación de un cuento"), y del creador del psicoanálisis Sigmund Freud (en "Lo ominoso"). 

Se resume a manera de nociones enumeradas los argumentos teóricos sobre el horror que consideramos aplicables como indicadores de una experiencia de escritura cooperativa y recursiva: 

(1) Narra como si el cuento no tuviera más interés que para el pequeño mundo de tus personajes, del que pudiste haber sido uno (Quiroga)
(2) Un cuento contiene dos historias: una previsible por el lector, la otra, escondida. La genialidad del autor radica en saber cifrar la historia escondida en los intersticios de la historia revelada (Piglia)
(3) El horror se manifiesta mediante lo alógico y lo desmedido y en la forma de lo siniestro, lo inexplicable o lo pavoroso (Pulido)
(4) El horror, paradójicamente, es el encuentro de lo familiar como lo extraño (Freud)
(5) En un cuento el lector puede identificar un inicio, un desarrollo y un final (Caldera)


Leonardo Bustamante
Twitter: @LEJEBUS
ljbr111280@gmail.com 


Taller de cuento de horror. Fundación Bordes /
fotografía  (2018)


Imagen promocional del taller (2018)

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